lunes, 16 de diciembre de 2013

El maestro de Elea


He visto a un niño inocente jugar, bailar y volverse loco por saber. Por saber que es exactamente todo lo de su alrededor y para que sirve. Un niño que jugó a amar y no supo como hacerlo hasta tropezar, que intentó que algo le gustara y el gusto acabó por decirle quien demonios era, un niño soñando que jugaba a eso que es la vida.

... "Las yeguas que me llevan tan lejos como mi ánimo podría alcanzar..." entre esa mano tendida abrió los ojos y tardó meses en comprender el profundo sueño en el que había dormido. Aprendió su sentido y la razón por la cual cada ser vivo se encuentra materializado en nuestra misma realidad. Solo había una razón, su razón. Aprendió que un sentimiento es el hilo conductor de toda acción, concilió su alma con su cuerpo e intentó entender todo lo que le rodea viajando a sus sentimientos... y lo consiguió.

Obtuvo un poder que siempre creyó que solo podia formar parte de las películas... pero contrastó que tan solo se debía a que "los seres que no quieren comprender su naturaleza" necesitaban engañar al resto para sobrevivir en su propia apatía y así esperar a su propia muerte. Comenzó a trabajar para luchar contra esos seres, a menudo, creadores de los más dificultosos obstaculos. Desde luego, no lo consiguió en un día... le llevó muchísimo tiempo encauzar su responsabilidad y entender el mundo a su manera, al fin y al cabo, no estaba solo en su tarea.

No se sabe si es una historia o no, pero el despertar evoca el mayor agradecimiento hacia todos los del camino.

"Tu que con las yeguas que te llevan alcanzas hasta nuestra casa, ¡Salud! pues no es un mal hado el que te ha inducido a seguir este camino -que está, por cierto, fuera del transitar de los hombres-, sino el Derecho y la Justicia. Es justo que lo aprendas todo, tanto el corazón imperturbable de la persuasiva verdad como las opiniones de los mortales, en las cuales no hay creencia verdadera."