domingo, 22 de enero de 2012

Verte en tono verde pierde todo mi poder



Un día nació una estrella. Era tan importante e irradiaba tantas cosas que la luz brillaba por su ausencia, la luz era lo que menos le importaba a este chico que miraba cada día arriba. No podía tocarla, era incapaz de olerla, no podía oir su aura ni probar el polvo de hadas. Era ciego y sin embargo muy feliz. Su ritual diario se basaba en subir la colina y escribir nanas a esa estrella, luego hacía aviones de papel y las lanzaba muy alto para que la estrella pudiera recibirlas.

La estrella era verde, un verde tan pequeño que costaba apreciarlo.  La estrella tenía tal poder que sin brillar podía destacar entre todas las constelaciones que podían apreciarse en el inmenso azul. Deseaba que hubiera un apocalipsis en La Tierra. Quería darle una patada al calor que desprendía y quemar ese planeta, no podía estirar los labios sabiendo que su única existencia era flotar en la oscuridad como un simple átomo en el desván.

En un final alternativo la estrella quema la tierra y el chico se desvanece presa del calor. Escribió una nana quemada en un papel verde antes de morir. La estrella supo que había hecho lo mejor que podía haber hecho en su vida, logró tocar lo intocable, fue un milagro, el chico le rozó un instante. Todo tuvo sentido.

"Contar estrellas y que nazcan nuevas vidas, dejar huellas y poner fin a las heridas"


Huri Watsi

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