lunes, 24 de octubre de 2011

La mejor historia jamás contada

Tic tic tic, las sábanas se le habían pegado al cuerpo... estaba contenta pensando en que no tenía porque levantarse... hoy tan solo tenía que dejar que el tiempo corriera. Como puede tambalea en el pasillo hasta llegar a por el ansiado bol con motivos de Hello Kitty. Era una de esas mañanas en las que el tiempo esta tan indeciso que no sabe si llorar o reir, asique, con la ilusión de que lloviera salió a la calle. La ciudad estaba especialmente iluminada ese día, hacía el frío perfecto como para tener que lucir el pañuelo a modo de bufanda. Tan solo tenía que atravesar la avenida completa para llegar a esa pastelería con ambiente tan familiar, puede que si se diera prisa llegase al desayuno especial y sí, lo consiguió tras una caminata sonriente. Ese día estaba contenta, el ambiente tenía algo especial.

La vuelta fue todavía más brillante, decidió tomar otro camino para alargar ese paseo mañanero. Esta vez, conseguiría engañar al tiempo para que lloviese y, cuando se encontró en el parque en el que solía jugar de pequeña, lo consiguió. Sin embargo, la sensación de alivio que uno tiene al conseguir lo que tanto espera, no se apoderó de nuestra protagonista. Con más pena que gloria, divisó una friolera figura enmascarada en una manta. Se trataba de un chico sentado en un banco con un pequeño cocker spaniel entre los brazos. Tenía pinta de no haber dormido hace días, vestía de una manera paupérrima y, a juzgar por los enseres que llevaba en el carrito de su lado, se atrevió a pensar que se trataba de un "sin techo".

Ella no pudo evitar acercarse, no sabe cual fue la fuerza magnética que llevo sus pies hacia donde se encontraba aquel chico. En lugar de mirarlo, su respiración se entrecortó y mediante un impulso, se llevo la mano derecha a la cabeza con la esperanza de dar una buena imagen, no importó. Cuando consiguió darse cuenta, el chico exclamó:

-¿Señorita se encuentra bien?

Su voz interrumpió lo que parecían ser pensamientos de perplejidad, no sabía que hacer ni como reaccionar, la fuerza magnética de los pies ahora parecía más bien la fuerza del gélido hielo. Alzó la vista y consiguió ver su expresión, era demasiado confuso que alguien con un presente tan desgraciado pudiera sonreir de esa manera. Irradiaba felicidad por cada uno de los costados. Comenzó a llover.

-Sí sonríes, echa una moneda.

Tardó en reaccionar, demasiados estímulos en tan poco tiempo, la lluvia, el frío, la luz, su voz y esa sonrisa que no pude evitar. Presa de la taquicardia, metí la mano en mi bolsillo y solté la moneda en su mano. Eché a correr. Un chico sin nada que ofrecer, consiguió alegrarme el día. 


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